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De todas las anteriores características, los dos fundamentales son, a juicio del referido científico, el metabolismo y la reproducción. Parecidas propiedades son las que esgrime el cosmólogo Lee Somolin para considerar a un sistema como vivo:
Para Richard Dawkins, el del gen egoísta, la unidad fundamental, el primer promotor de toda vida, es la replicación. Un replicador es cualquier cosa en el universo de lo que surjan copias. Ahora, conociendo ya lo que se necesita para que se dé la "vida", examinaremos esas otras versiones que pretenden explicar el origen de la vida. El nacimiento de la vida en una charca o ciénaga, si bien no descartado, sí parece a muchos científicos contemporáneos algo improbable. Para Francis Crick, co-descubridor del código genético, las condiciones que habrían de combinarse para que en una cálida laguna pudiera surgir vida son tantas, que dicho origen entraría en la categoría de milagro. O para decirlo con palabras del astrónomo británico Fred Hoyle: "La probabilidad de un ensamblaje espontáneo de la vida es equiparable a la de un tornado que a su paso por un patio lleno de material de deshecho, produjera un Boeing 747 listo para funcionar". ¿Exageración? Stuart Kauffman, brindador de hipótesis asombrosas, es de la opinión contraria. Afirma este científico que los modelos informáticos con los que ha trabajado muestran que cualquier cadena con suficientes componentes e interacciones tenderá espontáneamente hacia un estado de organizada complejidad. Según esta idea, la vida pudiera ser no una consecuencia de la química orgánica, sino producto de reglas matemáticas universales que gobiernan el comportamiento de todos los sistemas complejos, fueran cuales fueran los componentes de estos. Esta idea de Kauffman ha sido combatida por el biólogo John Maynard Smith, que la denominó "Fact-free science" (Ciencia sin hechos), aludiendo a que se basaban en modelos matemáticos y no sobre hechos verificables. Sin embargo a mí me gusta esta idea, me place que la vida no sea sino un producto de la complejidad dentro de la naturaleza. Destronaría tantos sacerdocios... La vida se originó en la Tierra mediante la formación e interacción de compuestos prebióticos: aminoácidos no producidos biológicamente, nucleótidos y azúcares. (Lynn Margulis) En cuanto a las teorías más recientes sobre el origen de la vida, la principal es la que propone que ésta se originó no sobre la corteza terrestre sino en su subsuelo. Esta propuesta se originó tras haberse descubierto una importante biosfera dentro del caliginoso subsuelo. Si la vida puede florecer muy por debajo de la corteza terrestre, quizás debiéramos buscar allí el crisol en el cual el primer ser vivo fue forjado. Y por ahí van los tiros. Incluso los registros de nuestros genes sugieren que el ancestro universal vivió profundamente bajo la corteza terrestre, a una temperatura superior a los 100 ºC, y probablemente comía sulfuro. La vida se hubiera originado entonces en las tórridas profundidades volcánicas. Nuestros ancestros hubieran surgido del subsuelo sulfuroso y no de una ciénaga. Puede incluso que los habitantes de la superficie no seamos sino una aberración, una adaptación excéntrica a las extrañas condiciones de la Tierra. Otra especulación no tópica sobre el origen de la vida la propuso el premio Nobel de física Freeman Dyson. Dyson nos regaló la teoría de las proteínas. Argumenta este científico que la vida realmente tuvo dos orígenes: uno para el continente o carcasa (hardware), y otro para los programas (software). Supone Dyson dos variedades de criaturas primordiales, una capaz de metabolismo proteínico pero incapaz de replicarse apropiadamente y otra capaz de reproducirse pero sin metabolismo. La vida tal como la conocemos surgiría de una simbiosis entre ambas. Esta idea proviene de ciertas teorías de Oparin y sus seguidores, que mantuvieron que el primer paso hacia la vida involucró a determinados tipos de células o vesículas. Se apoya Dyson principalmente en el hecho de que las moléculas son capaces de catalizar la producción y mutación de otras moléculas. A través de un modelo matemático, Dyson fue capaz de predecir la transición espontánea del desorden al orden. Aquí el desorden significa ensamblaje caótico de moléculas y el orden viene a representar ciertas preferencias en los ciclos químicos, que de alguna manera semejarían de lejos al metabolismo. Otra teoría no descartada sobre el origen de la vida es la que Cairns-Smith expuso en su libro Seven Clues to the Origin of Life (Siete pistas sobre el origen de la vida). Argumenta Cairns-Smith que los precursores de la vida tal como la conocemos fueron microscópicos cristales de arcilla que se reprodujeron siguiendo el propio proceso de crecimiento de los cristales. La mayoría de los cristales están configurados por patrones de dislocación siguiendo la ordenada disposición de sus átomos, muchos de los cuales se propagan al crecer el cristal. Caso de fracturarse el cristal, cada pieza puede heredar una copia del patrón original, a veces con ligeras modificaciones. Tal como actúan los genes dentro de la teoría de la evolución. Volvamos atrás en el tiempo, en concreto a las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX, para dar cuenta de la singular teoría sobre el origen de la vida que nos brindó el químico sueco Svante Arrhenius. Arrhenius defendió la teoría de la panspermia (semillas por doquier). Sugería el sueco que esporas de bacterias hállanse desperdigadas por toda la galaxia, propulsadas por la minúscula pero acumulativa presión de la luz estelar. La emergente Tierra, una vez su corteza se enfrío lo suficiente, inmersa en una lluvia de microorganismos dormidos pero todavía válidos, podría haber sido un destino propicio para estos superbichos. Parece probado que tales microorganismos son capaces de sobrevivir durante semejantes viajes espaciales. Eso al menos demuestran los estudios recientes de Peter Weber y Mayo Greenberg de la Universidad de Leiden, Holanda, quienes en el interior de una cámara de vacío sometieron a diversas esporas a las duras condiciones climáticas que estas sustancias pudieran sufrir en el espacio, en especial su exposición a los peligrosos rayos ultravioletas. El equivalente de 2500 años de sometimiento a estas duras condiciones, demostraron que una pequeña fracción (menos de un 0,5 %) de las esporas sobrevivirían. Suficiente para hacer posible la ruta de la vida estelar imaginada por Arrhenius. Pues bien, partiendo de esta peculiar teoría del químico sueco, que quedó relegada durante la mayor parte del siglo XX, ha brotado la propuesta más novedosa hasta la fecha sobre el origen de la vida: la vida terrestre se originó en Marte. Según esta hipótesis la vida comenzó en Marte y de allí se propagó a la Tierra. Los científicos aseguran que Marte constituye un lugar mejor que la Tierra para que hubiera arraigado la vida: 1) porque su menor tamaño le hace ser un blanco más difícil para los cometas y asteroides. Además, su menor gravedad minimizaría los efectos destructivos de los inevitables impactos, permitiendo así acumularse material orgánico. 2) Aparte de ser un mejor lugar para que se originase la vida, Marte constituye también un mejor lugar para que esta hubiera evolucionado. En Marte el oxígeno se formó mucho antes que en la Tierra, unos diez millones de años antes. Los organismos o superbichos que se originaron en Marte, siguiendo esta reciente teoría, hubieran sido expelidos al espacio por colisiones de cometas y algunas de estas esporas (para retomar la idea de la panspermia) habrían aterrizado en la Tierra, donde prendieron. Ésta es la última hipótesis que la ciencia nos brinda como respuesta al interrogante de nuestro origen. De corroborarse -y las recientes noticias de que en un pasado geológico no muy lejano hubo agua en Marte avalarían ésta atrevida conjetura?, resultaría que todos somos "marcianos", algo insospechado y que, particularmente, me llena de regocijo. ¿Conseguiremos algún día descubrir la verdad sobre nuestros orígenes? Sí, de ser cierto lo que afirma Jacques Monod: "Todo ser vivo es también un fósil. Lleva en sí, y hasta en la estructura microscópica de sus proteínas, las huellas, cuando no los estigmas, de su ascendencia". Pero lo que más me gustaría, lo confieso, sería que se confirmara nuestra procedencia "marciana". ¡Qué gran filón para los humoristas! Zaragoza/15.02.02 Bibliografía
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